Val d'Isère. Enero de 2001 |
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Tenemos clase con Richard, el profesor de la escuela francesa. Son tres horas de clase, en las que nos lleva a La Daille y se dedica a enseñarnos técnica, aunque la ameniza bastante y acaba haciéndonos esquiar hacia atrás y nos enseña a dar giros de 360º, que practicamos por la tarde en la verde mientras acompañamos a Juan y Cristina, tras comer en el mismo restaurante del día anterior. Volvemos a la escuela de esquí a contratar de nuevo a Richard para el día siguiente. Para rematar el día, hacemos la negra de vuelta desde la Daille, aunque desde media ladera.
Llevo a los demás de vuelta y les enseño el camino del puentecillo.
Después de las duchas, vamos a comprar al supermercado, y echamos
unas partidas de billar hasta poco antes de las 8, cuando cogemos el autobús
y luego enganchamos con la navette.
Cenamos pantagruélicamente la tabla de quesos, la ensalada, pasta
y quién sabe qué más, y jugamos al Party para terminar
el día. Una de las botellas de vino, al descorcharla, tenía
el corcho con unas incrustaciones de aspecto sospechoso. María José
lo prueba y afirma, categórica, que está malo, tanto que
nos hace dudar. Decidimos devolverlo.
El Martes volvemos a dar clases con Richard, esta vez, sobre todo, de fuera pista, divertidísimas, rebozándonos como de costumbre en la nieve polvo. Richard nos corrige muy acertadamente, y con muy buen humor. A mí me dice que respire, que no estoy buceando, ante el jolgorio general. A Carlos le pregunta si baila, por aquello del juego de caderas, y así con todos. Lamentablemente, cuando le decimos que nos gustaría repetir al día siguiente, nos comenta que unos alemanes le han reservado para lo que resta de semana.
Por la tarde, tras comer con Juan y Cristina en un restaurante a pie de pista, junto al punto de encuentro de principiantes, decidimos ir a La Grande Motte, en Tignes. Sin embargo, a la ida, nos quedamos bloqueados más de 20 minutos en la silla, con un frío tremendo, debido a que soplaba un poco de aire. No nos recuperamos bajando, ya que hacía bastante frío, y decidimos volver. para colmo, las sillas se vuelven a parar volviendo de Val Claret, y llegamos congelados.
Vamos al supermercado, devolvemos el vino sin problemas, y nos lo cambian por una botella igual. Cuando la abrimos, vemos que está en el mismo estado que la anterior y decidimos darle otra oprtunidad. El vino nos parece mediocre pero aceptable. Dejamos media botella para el día siguiente.
Terminamos el día jugando a las cartas, sobre todo al cuco, donde María José y yo practicamos nuestras dotes adivinatorias.
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