Regreso Reykjavik-Londres-Madrid, lunes 3 de septiembre.

El vuelo salía a las 7:45, por lo que madrugamos para conducir hasta el aeropuerto sin desayunar. El espectáculo del amanecer es impresionante. Llegamos al aeropuerto con no demasiado tiempo, y tenemos que aparcar en llegadas y devolver el coche. Hay cola, y tardamos bastante en hacerlo. Después nos dirigimos a salidas y ¡horror!, las colas llegan hasta la puerta. Cuando llevamos un buen rato esperando y después de intentar que nos atendieran en la cola de facturación telefónica (muy recomendable), dos de las azafatas que atendían nuestra cola (había sólo dos colas, con tres azafatas cada una), decidieron irse a la vez. La gente empezó a ponerse nerviosa y a intentar colarse. Pronto, empezaron a preguntar por megafonía por vuelos determinados para que facturaran antes, pero nada del nuestro. La azafata que se había negado a atendernos decide, de pronto, empezar a hacerlo pero atendiendo a gente que se había salido de la cola desde detrás de nosotros. Otros más, con todo el descaro del mundo, intentan también colarse. Finalmente, conseguimos facturar en la cola telefónica sin que hubieran regresado aún las azafatas que faltaban.

Puerto de Reykjavik

Intentamos cambiar dentro la divisa sobrante, pero vemos que nuestro vuelo está en última llamada y corremos hasta la puerta de embarque, muy lejos, por cierto. Embarcamos de los últimos y salimos, con sólo un ligero retraso, hacia Londres.

En Londres pasamos inmigración y me cachean (como ya es costumbre allí). El vuelo de Iberia a Madrid sale a las 15:30h, por lo que tenemos tiempo de recorrer las tiendas, responder a una encuesta sobre las mismas, comprar algún libro (caro, como todo) y comer en una pizzería de Heathrow, con aviso de incendios incluído.

Por fin llegamos a la civilización y recogemos las maletas que, increíblemente, llegan sin problemas. Habíamos temido que no lo hicieran dadas las premuras de embarque en Keflavik.

Si te has quedado con ganas de más:
Paisaje
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